Antes de desatar la “satanización” mediática a priori, a diestra y siniestra, tomando como punto de apoyo el “jueves negro” de Culiacán, metamos, en la agenda del análisis, la actividad del narcotráfico como parte de la “cadena de producción” del delito.
Aquí nos tocó vivir, en México; nos corresponde la era del narco-Estado. Sobrevivimos en un narco-Estado, atrapados por un Sistema Político corroído por la corrupción, y, así como vamos, con eso de la “lluvia” de nuevas iniciativas de ley, dentro de poco podríamos vivir en un Estado Mariguanero.
Un código se rompió en Sinaloa. A alguien se le ocurrió por ahí ofrecer en prenda, como trofeo de los resultados de la “Pacificación del país”, a un muchacho o tal vez a dos, pero falló el “operativo de inteligencia” metiendo a Culiacán en las cloacas del infierno, sacando a la luz las tripas de la corrupción.
Seguro es que no hay pretexto válido para intentar evadir las responsabilidades del “jueves negro”, de uno y del otro bando, pero no finjamos ignorancia: la Cuarta Transformación no cambiará el narco-Estado con una o dos detenciones. El flagelo del tráfico de drogas es mucho más complejo. Constituye una gran empresa.
El narco ha sustituido en las regiones marginadas del país las funciones y responsabilidades del Estado Mexicano. Genera riqueza, ilegal, pero, al fin de cuentas, riqueza. Produce empleos. Detona las actividades agrícolas, ganaderas, empresariales. Oxigena económicamente regiones enteras, las cuales, sin las ganancias del narco, estuvieran hundidas en la más completa miseria. Imposible sustraernos de esta realidad.
Carlos Marx, autor de El Manifiesto del Partido Comunista (en coautoría con Federico Engels) y El Capital y considerado uno de los arquitectos de la ciencia social moderna, escribió en ELOGIO DEL CRIMEN en torno a este fenómeno sociológico, lo catalogó “normal” y lo incluyó dentro de la llamada “cadena productiva”:
“El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponemos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una “mercancía”. Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver, un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas. Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos inventos mecánicos y ocupa, en la producción de sus instrumentos, a gran número de honrados artesanos.
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un “servicio” al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo [de Sófocles] y el Ricardo III [de Shakespeare]. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como una de esas “compensaciones” naturales que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas “útiles” de trabajo.
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refina-miento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química práctica, debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora al campo del delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones? ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo y desde Adán, el árbol del conocimiento? Ya Mandeville, en su ‘Fable of the Bees’ (1705) había demostrado la productividad de todos los posibles oficios, etc., poniendo de manifiesto en general la tendencia de toda esta argumentación:
‘Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece completamente.’”
No únicamente en las zonas marginadas de Culiacán, el narco sustituyó las funciones del Estado Mexicano, también en Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Nayarit, Jalisco, Guerrero, Guanajuato, en todo el territorio mexicano, solo que en la “cadena de producción” y de mando de las bandas o cárteles delictivos, los códigos se rompen de adentro o desde afuera –como sucedió el “jueves negro”- desatando la violencia con saldos trágicos para la población.
¿Imaginemos ahora un Estado Mexicano sin narco? ¿Qué se vendría abajo? Se desplomaría el negocio en las funerarias, caerían las ventas en las agencias automotrices y gasolineras, en la industria inmobiliaria, en las boutiques y las joyerías. Pueblos enteros dedicados a la siembra de mariguana, amapola y la producción de metanfetaminas se quedarían sin trabajo. Los movimientos bancarios se irían a pique (nada más entre 2007 al 2008 el banco HSBC “trasladó” de México a Estados Unidos por lo menos 7 mil millones de dólares entre 2007 y 2009; de ese dinero, por lo menos 881 millones, se originaron del cártel de Sinaloa en México y el cártel Norte del Valle de Colombia).
Abastecer el mayor mercado de drogas en el mundo hace de la industria del narco un éxito financiero: entre 2013 y 2017 se habrían lavado hasta 3 billones 646 mil 500 millones de pesos, a razón de entre 6 mil millones y 39 mil millones de dólares anuales, según estima el Departamento del Tesoro estadunidense. Los narcodólares o la narcoeconomía está en las entrañas del Estado y sostienen o es parte del corroído sistema político.
Si se acaba el narco ¿de qué van a vivir quienes se dedican a esta lucrativa actividad? ¿De bonos o becas del gobierno? ¿Qué programa de generación de empleo absorberá la mano de obra del narco? ¿Los pistoleros o sicarios a que se van a dedicar? Ya en algunos estados del país, el combate del narcotráfico, provocó, que los delincuentes cambiaran de trabajo en la llamada “cadena productiva” del crimen: ahora se dedican a la extorsión, al secuestro, al robo de carros, al asalto de bancos y de campos agrícolas y comercios.
En Tamaulipas, en regiones donde disminuyó la actividad narca, las bandas delictivas cobran por el servicio de energía eléctrica y recogen en los comercios y empresas o casa por casa los impuestos del gobierno. Hasta ahora no ha habido poder humano que los detenga….